martes, 2 de marzo de 2010

Madrid no es gris
sino morada
de hombres grises.

Esos ladrones imparables
moviéndose a su antojo...

¿A quién han sobornado
para alcanzar tal grado de impunidad?

Mira que me lo advirtió David.

De las montañas
de regalos que recibí en mi infancia
solo recuerdo unos pocos,
aún conservo unos menos.

El libro de Momo
con las tapas rojas y la advertencia
a modo de dedicatoria,
la pulsera de plata
en una pequeña caja
de madera clara...

¡Y ese reloj! Menuda estafa...
Lo vendían tan bonito,
lo ajustaron tan bien a mi muñeca...
¡Yo ni si quiera sabía leer la hora!
Tardé un montón en aprender,
me costaba, supongo, acostumbrarme
a medir mi vida por momentos.

Momentos divididos en partes iguales.

Qué estupidez... Yo ya sabía
que el tiempo no transcurría siempre
de la misma manera.

Al final, no tuve más remedio, aprehendí
la ceremonia del t-iempo
y el resultado

fue peor de lo que imaginaba.

Comprendí que Flick y Flack no eran felices,
que nadie es feliz pendiente de las horas,
dependiendo de agujas
que marcan
con cada TIC
los movimientos,
con cada TAC
los sentimientos,
con cada TOC
toc-toc...

La llamada incesante
resuena en mi muñeca izquierda
y yo no abro.
Hago como que no lo escucho y callo.
No quiero,
no puedo reconocer
que estamos
atrapa-
dos en un reloj.

1 comentario:

  1. TOc Toc...lati-dos precisos imperfectos preciosos sonidos...que sean solo ellos el parámetro de nuestro tiempo...

    Bravo por esos versos. Me encantan*

    Un beso.

    Mery

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